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¡Qué fácil es caer en el naufragio!
Qué fácil es confundir las buenas intenciones cuando rebasan la comprensión de un buen acto,
a menudo lo mundano acapara nuestra vista engolosinada con falacias jugando a ser premisas
y el acto darwinista nos conduce al individualismo descarnado entre tantos semejantes.
La línea entre el humanismo y el barbarismo enflaquece cuando el conocimiento se reduce,
el rechazo se acoraza en el débil cuerpo del temor y la confusión,
mismos que abundan por millar y se aceptan como supuestos de un modelo que funciona
que nos acoge disimuladamente y nos organiza por funciones tan disfuncionales.
No existen ambigramas cuando una mano se extiende ante una desventura
y por difícil que parezca creer en medio de un presente tan inmerso en la duda,
las palabras más sencillas y menos astutas son amigas sinceras del emisario
y las amistades puras estriban en las mejores intenciones de alentar el verdadero bienestar.
Sin embargo, cerrarse a permitir acciones inesperadas no es semilla de un mayor desentendimiento,
es bastante comprensible en este rincón del universo tan rebuscado en su propio eje,
tan ofuscado por lo trivial y tan disperso en lo inmaterial.
No hay lugar para trasfondos, abunda demasiado ser dentro de nosotros mismo.
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