21 diciembre 2004

Corazón de cristal. Pétalo frágil.

Hoy te ofrecí mi despedida a través de un pétalo frágil y tierno.

Tenía una sombría capa de roció que nos ofreció el amanecer y con una mirada de insomnio logré decir con palabras titubeantes -"adiós"-

Me arrepentiré de no mirar más el paraíso celeste reflejado en esos hermoso ojos que declararon amor eterno...

Odio mis despedidas sin más dedicatoria que una breve charla de humilde sufrimiento que sumplican un beso violento y desgarrador, pero que no merecen nada a cambio excepto un silencio incomodo y revelador del amor discreto que he ofrecido a tu angelical sombra dentro de mi corazón.

Si pudieras romper la torpe barrera de orgullo y vacío que envuelve mi recia actitud serías testigo de lágrimas de nieve que estuve dispuesto a derramar por ti y que permanecieron presas en el pasado hiriente que acogió tu infidelidad inexistente.

Pero como en todo amor injusto, fueron lágrimas que se derritieron al calor de un mundo lleno de temores y decepciones, parte de una historia mas no de un presente.

Tú; mi presente efímero, fuiste el polen de mi flor que ahora se encuentra marchitándose en su propio callar como un jardín sin el cuidado preciso. Pero si pudieras ser testigo de la pasión de mi mirada - siempre a lo lejos- y de mi querer tan cercano que te colocaba antes de que cesaras el día ante el sueño -que a todos nos vence y a pocos venera con tu presencia hipnótica en fantasías personales ( de las cuales tu propio Dios se sentiría indigno)- entonces podrías devolverme el cristal que llevaba por corazón y que olvidé la última noche en tus manos voluntariamente, la misma noche que cayó el último pétalo de nuestro invernadero nunca cultivado; y sin embargo, siempre fértil.
Ignoro si nuestra despedida nunca predecible, se debió a mi escasa confianza o si se debió a que nunca te confesé la ternura con la cual siempre quise decir te amo y sentir que eras egoistamente mía.
Lo único que me queda por hacer es tener dignidad para reconocer que me encuentro cansado de amarte en silencio y de ser el único que avivó día a día las brazas que mantuvieron con vida este querer olvidado y destinado a la muerte.
Alas cansadas y perecederas lastiman la espina dorsal que me sostiene con imaginaria fuerza, ahora que vuelo para marcharme; pero antes de perderme en el cuerpo celeste que permitió (de forma cursi y misteriosamente sutil ) conocer a la dueña de mi último pétalo frágil, representante de mi fe en el amor, debo gritar con fortaleza y decisión que el cristal que reside ahora en tus manos, es débil y antiguo pero gozó gracias a tu aliento y tu espuma sensual, del más grande honor al vivir como rubí en tus despiadados besos aún siendo vidrio cortado de soledad.




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