Me sentí como un desconocido cuando recordé mi nombre,
cuando recordé quien he sido por años,
miré con atención y cordura a la extraña persona reflejada con dificultad en aquel cristal cortado
y percibí familiaridad en su triste mirada.
Aquella mujer en la calle, la que logro ver con pesadez, se hace llamar mi madre pero decido no reconocerla como tal y siento a todos como extraños, como invasores de mi mundo, desconozco lo que pasa a mi alrededor y es que hoy desperté en este cuerpo de frágiles pasos y pasado inexistente en una mañana de cielo despejado, de cielo totalmente diferente al que suelo dedicarle pensamientos en cada amanecer.
Antes no supe llorar, nunca me disculpe por nada, pero hoy sentí la necesidad de mirar tu fotografía y decir lo siento, no quise herir sin razón ni insultar sin argumentos, mucho menos convertirme en alguien que nunca consideré algo bueno o permisible.
Pero no logro encontrar los medios ni el impulso para recuperarme: me extraño, me perdí, me desconozco, me siento a descansar tratando de saber cómo lo hice, cómo logre caer tanto, cómo llegue aquí y únicamente descubro que tal vez, sólo tal vez, fue mi error.
Me acerco al hombre de traje negro, al mismo que solía admirar con grandeza divina, me llama hijo, como si me conociera de tiempo atrás, con tanta familiaridad al igual que un padre, pero sé que no lo es... ¡no puede serlo!, no lo recuerdo, debe ser un error, tal vez, sólo tal vez, mi error.
Decido buscarte en cartas añejas e imágenes impresas por puro instinto, sé que necesito algo para recordar quién fui y definir como caminar con la gracia que solía hacerlo, pero (con la misma ambigüedad con la que escribo) me siento insatisfecho de tanto papel con palabras huecas y fotografías dañadas por tiempo, sol y olvido.
Lo único más extraño o incomprensible que yo mismo, es mi necesidad por ti, eres tú y tu recuerdo -pues lo cierto y definitivo que conservo en mi cabeza y presente- es tu aroma y tus caricias. No recuerdo nada con tanta facilidad y fidelidad como los secretos que algún día se ocultaron del peligro del mundo en mis oídos y en mis besos.
Sonrío con sinceridad al sentir de nuevo en mi memoria tu abrazo cálido aderezado con esa sublime mirada de ternura acuñada en tu belleza y empeñada en hacerme feliz. Y es que he concluido, después de tantos años, después de tanto olvido, después de tanto desconocimiento sobre lo que has sido y hecho de ti, después de tanta impericia en mi andar, ¡he concluido que te amo! que aún me haces falta, que aún eres tú la misma que me hace ser yo. Porque al perderte renuncié a lo que era, porque desde el momento en que diste vuelta me fui contigo para protegerte y la persona que ha crecido frente al espejo no es nadie más que un cascarón con la misión de hacerme creer q podía seguir viviendo sin ti, pero hace falta más que orgullo para poder decir estoy vivo.
Quisiera encontrarte casualmente mientras camino y poder decir que eres -posiblemente, por obra de la casualidad, por error de la justicia- sólo mía. Pero es inútil, no sabría cómo es tu rostro. Tal vez intentaría reconocerte por tus manos, esas manos que muchas veces limpiaron mis absurdas lágrimas y que cerraron mis ojos como aviso previo de una bendición intempestiva de tus labios contra los míos y de un susurro que esfumaría todas mis dudas, pero debo reconocer que estoy casi ciego de ignorancia.
Tiempo, sólo tiempo es lo que me separa de ti, sólo el mismo tiempo, que es el mejor juez de todo y el mejor aliado de la verdad absoluta ante sus tintes relativistas. Porque antes de que partieras, aposté a que el error era tuyo, juré que regresarías a disculparte y que quien tocaría la puerta del perdón y la vergüenza serías tú; pero hoy desperté sabiendo que no he tocado cuerpos ni tenido amigos, sólo he vivido una mentira que fue mi verdad en mi falsa existencia, y eso se debe a que, con el tiempo, hoy soy yo el que regresa, el que rasguña el portón de la ignorancia vergonzosa y del perdón después de haber descubierto que, tal vez, sólo tal vez, fue segura e imperdonablemente mi error.
miré con atención y cordura a la extraña persona reflejada con dificultad en aquel cristal cortado
y percibí familiaridad en su triste mirada.
Aquella mujer en la calle, la que logro ver con pesadez, se hace llamar mi madre pero decido no reconocerla como tal y siento a todos como extraños, como invasores de mi mundo, desconozco lo que pasa a mi alrededor y es que hoy desperté en este cuerpo de frágiles pasos y pasado inexistente en una mañana de cielo despejado, de cielo totalmente diferente al que suelo dedicarle pensamientos en cada amanecer.
Antes no supe llorar, nunca me disculpe por nada, pero hoy sentí la necesidad de mirar tu fotografía y decir lo siento, no quise herir sin razón ni insultar sin argumentos, mucho menos convertirme en alguien que nunca consideré algo bueno o permisible.
Pero no logro encontrar los medios ni el impulso para recuperarme: me extraño, me perdí, me desconozco, me siento a descansar tratando de saber cómo lo hice, cómo logre caer tanto, cómo llegue aquí y únicamente descubro que tal vez, sólo tal vez, fue mi error.
Me acerco al hombre de traje negro, al mismo que solía admirar con grandeza divina, me llama hijo, como si me conociera de tiempo atrás, con tanta familiaridad al igual que un padre, pero sé que no lo es... ¡no puede serlo!, no lo recuerdo, debe ser un error, tal vez, sólo tal vez, mi error.
Decido buscarte en cartas añejas e imágenes impresas por puro instinto, sé que necesito algo para recordar quién fui y definir como caminar con la gracia que solía hacerlo, pero (con la misma ambigüedad con la que escribo) me siento insatisfecho de tanto papel con palabras huecas y fotografías dañadas por tiempo, sol y olvido.
Lo único más extraño o incomprensible que yo mismo, es mi necesidad por ti, eres tú y tu recuerdo -pues lo cierto y definitivo que conservo en mi cabeza y presente- es tu aroma y tus caricias. No recuerdo nada con tanta facilidad y fidelidad como los secretos que algún día se ocultaron del peligro del mundo en mis oídos y en mis besos.
Sonrío con sinceridad al sentir de nuevo en mi memoria tu abrazo cálido aderezado con esa sublime mirada de ternura acuñada en tu belleza y empeñada en hacerme feliz. Y es que he concluido, después de tantos años, después de tanto olvido, después de tanto desconocimiento sobre lo que has sido y hecho de ti, después de tanta impericia en mi andar, ¡he concluido que te amo! que aún me haces falta, que aún eres tú la misma que me hace ser yo. Porque al perderte renuncié a lo que era, porque desde el momento en que diste vuelta me fui contigo para protegerte y la persona que ha crecido frente al espejo no es nadie más que un cascarón con la misión de hacerme creer q podía seguir viviendo sin ti, pero hace falta más que orgullo para poder decir estoy vivo.
Quisiera encontrarte casualmente mientras camino y poder decir que eres -posiblemente, por obra de la casualidad, por error de la justicia- sólo mía. Pero es inútil, no sabría cómo es tu rostro. Tal vez intentaría reconocerte por tus manos, esas manos que muchas veces limpiaron mis absurdas lágrimas y que cerraron mis ojos como aviso previo de una bendición intempestiva de tus labios contra los míos y de un susurro que esfumaría todas mis dudas, pero debo reconocer que estoy casi ciego de ignorancia.
Tiempo, sólo tiempo es lo que me separa de ti, sólo el mismo tiempo, que es el mejor juez de todo y el mejor aliado de la verdad absoluta ante sus tintes relativistas. Porque antes de que partieras, aposté a que el error era tuyo, juré que regresarías a disculparte y que quien tocaría la puerta del perdón y la vergüenza serías tú; pero hoy desperté sabiendo que no he tocado cuerpos ni tenido amigos, sólo he vivido una mentira que fue mi verdad en mi falsa existencia, y eso se debe a que, con el tiempo, hoy soy yo el que regresa, el que rasguña el portón de la ignorancia vergonzosa y del perdón después de haber descubierto que, tal vez, sólo tal vez, fue segura e imperdonablemente mi error.